“¿Qué te ha apartado de nosotros?”
“He leído a Plutarco”
“Y, ¿qué has aprendido?”
“Que, en el fondo, todos han sido humanos”
Goethe
Dentro de la “Bioética al Final de la Vida”, una vez tratado la “Adecuación del Esfuerzo Terapéutico”, las “Voluntades Anticipadas”
y los “Cuidados Paliativos” en sesiones previas, abordamos en esta sesión las dimensiones de la muerte, la integridad y la dignidad al final de la
vida, la comunicación de malas noticias y la eutanasia.
La muerte, desde los puntos de vista humano y bioético,
debe contarse desde diferentes narrativas y perspectivas, todas ellas relevantes.
Especialmente el punto de vista de la persona que está al final de su vida y de
su entorno
La dimensión
biológica de la muerte se gestiona médicamente y está relacionada con un mero
hecho orgánico. Es un estado de privación de vida.
Su principal interés reside en certificarla por las
razones éticas, jurídicas y políticas que representa. El certificado de
defunción y su posterior registro tienen un valor instrumental necesario para
una serie de procedimientos como el levantamiento y enterramiento, las donaciones
de órganos, la tramitación de herencias, el inicio o determinación de prestaciones, el otorgamiento de pólizas de seguros y de planes de pensiones, la actualización
de datos demográficos, la determinación de políticas de salud,…
Es un estado que se determina pero del que se
desconoce en qué exacto momento se produce. Se certifica y se notifica a la
familia y al registro.
Este mero acto encierra una relación médica
singular. Desde la ética es una comunicación de malas noticias a su entorno.
Aunque se espere y hayan estado o no preparados para este acontecimiento tan
vital en el seno de una familia, cuando se notifica se ha de humanizar. Daremos
apoyo, acompañamiento y consuelo. Daremos calma y pausas de silencios.
También, la información que se puede proporcionar aporta un valor material inestimable a este hecho biológico por las
recomendaciones prácticas que se hagan en ese momento: buscar el DNI y recibos
de la funeraria, qué ropa desean ponerle, qué religión profesa y qué ritual se
siguen (en la religión católica, hablar con el párroco para la extremaunción y
para la hora del acto religioso), donde lo van a velar, llamar a la funeraria
para la cumplimentación del certificado, elección de la caja y del tanatorio,
si el finado tenía ya planificado este momento, si tienen que avisar a
alguien,…
La dimensión
psicológica de la muerte depende si su visión es congruente con su
realidad; en Canarias tenemos la socarrona expresión de que “si está para
retirar” o no.
Depende la fase de adaptación de cada persona al
final de su vida; para ilustrar este proceso tenemos el modelo de Elisabeth
Klübe Ross, ideado para las personas con enfermedades terminales y moribundas,
aunque posteriormente se extendió a la adaptación a otras circunstancias
adversas de la vida:
- La negación de la realidad incluso engañándose para no darse por enterado de la situación. Es un mecanismo de defensa.
- La aceptación genera primero una fase dominada por sentimientos de ira, cólera, resentimientos, envidias o rabia. La reactividad es exagerada. Se pregunta por qué le sucede esto a él y reacciona con agresividad ante la salud de los demás.
- Tras la ira viene la negociación. Predominan los deseos de posponer la realidad.
- La etapa depresiva sucede a la anterior. Los sentimientos son de pérdida, de culpabilidades y de vergüenza. Existe una fase inicial de tipo reactivo seguida de una fase preparatoria del devenir con tristezas, alejamiento de lo que ama y silencios.
- La aceptación de la muerte es la última etapa del camino. Adquiere cierta sensación de paz y de tranquilidad espiritual.
Respecto a la valoración de la aceptación de la
propia muerte que acontecerá en un espacio más o menos breve, que aunque no
comparta o no le complazca, la aceptación significa que no la considera como
algo contrario a la realidad o como algo sin motivo o incorrecto, sino como
algo que debería encuadrarse en el contexto de una muerte digna.
Esas ideas de irracional, contrario a la realidad,
inmotivada o incorrecta se parecen más a reacciones de ira o depresión al
pensar en la propia muerte. La tranquilidad implica que el dolor y sufrimiento
está más o menos controlado, que existe apoyo emocional, que lo acompaña su
familia, que está en su cama y que acepta su realidad; porque lo único que
siempre ha tenido seguro es que iba a morir. Se satisface el derecho a una
forma de morir que considera digna, donde rechaza tratamientos innecesarios,
inseguros, insensatos, inclementes o inútiles, se adecua el esfuerzo terapéutico,
se evita medidas extraordinarias, es adopta medidas proporcionadas y se puede acceder
a una sedación paliativa.
La dimensión
sociológica de la muerte tiene connotaciones según las culturas y las
civilizaciones.
Las sociedades occidentales que se autodenominan
las más avanzadas, no sólo trata de erradicar y negar la muerte, sino que pasan largos periodos luchando contra las enfermedades y contra el paso
inexorable de los años, incuso de forma encarnizada y desproporcionada; batalla contra los factores de riesgos, como la
hipercolesterolemia, la hipertensión arterial o la osteoporosis, y contra
cualquier desviación de la normalidad, como la calvicie, la timidez o los niños
hiperactivos, como si se trataran auténticas enfermedades. Se genera un importante
gasto de oportunidad en tiempo, energía y dinero. Incluso se han acuñado
términos como “pornoprevención”, definida como la prevención contra cualquier
cosa, o la “zero visión”, como la quimera de la salud perfecta.
Con este deseo de la civilización occidental de
ocultar la muerte, corremos el peligro de morir solos en asépticos hospitales,
pasar nuestros velatorios en tanatorios con cierre nocturno y ser incinerados
en lugar de un entierro y un nicho en un cementerio, suplantando y permutando
los valores culturales de la muerte.
La dimensión
biográfica de una muerte le da una dimensión humana a este tránsito.
Individualiza cada muerte. Supongamos a un forense que
va a realizar la autopsia a una persona muerta de un tiro en el pecho; desde la
perspectiva biológica puede que no haya diferencias; sólo la dimensión
biográfica permite individualizarse; no es lo mismo que haya sido por un
asesinato, un accidente de caza, un fusilamiento o una acción en acto de
servicio.
El proceso de la propia muerte, cada persona lo
vive de una forma diferente y determina conductas y comportamientos. La
racionalidad del ser humano impide que podamos vivir como seres inmortales y
por eso cada uno adopta posicionamientos diferentes frente a la propia muerte.
Incluso el hecho de que los seres humanos somos mortales, no explica de modo
alguno la propia muerte.
¿Cómo observamos nuestra propia muerte?. ¿Cómo es la
dimensión biográfica de cada muerte?. ¿Vivimos realmente como seres mortales?.
Si se es consciente de la propia muerte, porque se padece
de una enfermedad terminal o porque el tiempo ha pasado y ya es la hora, despliegue
una conducta determinada ante ella y depende del nivel de aceptación que vaya
adquiriendo. Eso le permite organizarse respecto a ella, en qué tengo sin
resolver, qué legado voy a dejar o qué será de los míos.
De igual forma que ante la muerte propia, la
dimensión biográfica marca diferencias ante la muerte ajena. Supongamos al
mismo forense que va a hacer la autopsia del fallecido por un tiro en el pecho.
Si es de alguien cercano, familiar, allegado, conocido o paciente, tendrá un
dimensión, una consideración y un recuerdo individual, mientras que si es
lejana, con quién no le une lazo alguno, sólo será crudamente biológica,
lejana, no sentida. Los seres humanos no son intercambiables entre sí. Si se
trata de una persona concreta conocida por nuestro anatomopatólogo, esta muerte
adquiere connotaciones contradictorias o ambiguas.
Juan Antonio García Pastor
Médico de Familia y Comunitaria
Máster de Bioética
Presidente del Comité de Ética
Asistencia del Hospital Dr Negrín
No quiero consuelo.
Quiero a Dios, quiero poesía, quiero peligro real, quiero
libertad, quiero bondad, quiero pecado.
De hecho reclamo el derecho a ser infeliz, a envejecer, a ser
feo e impotente; el derecho a padecer sífilis y cáncer; el derecho a tener muy
poco para comer; el derecho a ser pésimo el derecho a vivir en constante
aprehensión de lo que pueda suceder mañana; el derecho a ser torturado por
dolores indescriptibles de todo tipo.
Los reclamo a todos.
Un Mundo Feliz, Aldous Huxley, 1977
Fuente: Tareas del alumno del tema 1: “Las dimensiones de la muerte”, de Jorge Aguerri, del módulo 7: “Fin de la Vida”, del Máster Interuniversitario de Bioética, III Edición, 2008-2009.
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